viernes, 11 de marzo de 2011

Armadura de metalcristal

Solo recuerdo que iba caminando por las calles de Montevideo.
De repente la vi sentada en el cordón de la vereda con las manos agarrando su cabeza.
El sonido del universo se había detenido, solo se escuchaba el llanto de esta persona.
El mundo había perdido el color, ya que todo a mi al rededor era blanco y negro, excepto sus increíbles ojos celestes.
Escuchó que mi sombra se acercaba y giro su rostro, me miro fijo a los ojos y ahí comprobé lo que antes les decía.
Tan solo de mi boca salieron un puñado de palabras: "¿Cómo te llamas?"
"María", me contesto y volvió a colocar su cabeza entre las manos, y yo seguí camino.
El mundo recupero el color y el universo el sonido, pero nunca más pude olvidar su cara.
Jamás la vi nuevamente, pero durante muchos años, cada domingo, a la misma hora, pasé por el mismo lugar, con el fin de escuchar una vez más esa palabra... "María".


Como cada mañana abrís tus ojos y bajas por la larga escalera que separa tu colchón del
mundo de tus sueños, donde te gustaría estar, donde te gustaría vivir, donde todos los
problemas se solucionan con tan solo girar tu cara en la almohada.
Lavas tu cara, cepillas tus dientes y antes de salir a la calle tenés que vestirte ¿A quien
se le ocurres salir desnudo a esa gran jungla de cemento?
Te pones la pechera, la parte de los brazos, las piernas, las protecciones de los pies y por
sobre todo, tu casco, aquel que tapa tus verdaderas expresiones y demuestra para el reto
que sos un fuerte, poderoso e indestructible guerrero.
Tan solo se ven tus ojos, es todo lo que tu armadura permite ver. Dos esferas perfectas
blancas y transparentes que encandilan con el solo contacto del aire. Lo que nadie sabe
es que esa luz es artificial, que no es tu propio brillo, que por eso te pones esa coraza de
metal cada mañana y que solo sale de tu cuerpo al momento de volver a tu mundo de
sueños.


La calle, una versión moderna de la época del Rey Arturo.
Todos con sus protecciones pendientes de que nadie les genere ni le cause daño alguno.
A la defensiva, no valla a ser cosa de que por una nueva herida se vuelva a sufrir.
Pero no todos lo notan, no todo el mundo nota los cuerpos de metal, ya que no todos
tienen que sentir el dolor del daño que lleva el resto.
No se dan cuenta, o por dichosos o por que son aquellos que causaron el sufrir.
Al vernos solo se nos cruza una cosa por la cabeza, “pronto brillara mi luz y ni la más
fuerte de las armaduras podrán ayudarte”.


Termina el día. Nuevamente la rutina de cada jornada llega a su fin. Cumplimos con la
rutina de puertas adentro, la familia, los vecinos, y por supuesto nosotros mismos.
La luna esta en los más alto del cielo, la escoltan infinidad de estrellas, claro, no tiene
armadura, pero si custodia, así cualquiera.
De a poco vas sacando los elementos de metal que te recubren hasta quedar pura y
exclusivamente VOS.
Apoyas tu cabeza en la almohada, miras de costado y ves el reflejo de tu cara que te
mira desde un espejo, y antes que se cierren tos ojos te dice: “menos mal que no se
dieron cuenta que la armadura que llevamos puesta, es fuerte como ninguna, pero frágil
como el cristal”


Dedicado a MAV.

                                                     MSY

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