lunes, 14 de marzo de 2011

La cuarta dimensión

Durante muchos años la soledad fue mi compañera.
Conviví con ella en el momento en que ahora creo que es la mejor edad de la vida.
Nunca llegamos a llevarnos bien, pero hicimos lo posible por ambos disimularlo.

Fui afortunado, nunca falto una buena silueta en mi cama, pero al final de cada noche la soledad, el cargo de conciencia, y todas las ramas del mal estar emocional se adherían al cuerpo de mi compañera de momento.

En una ocasión sucedió algo muy particular. Las primeras luces del día apenas asomaban por las rendijas de mi cuarto, pero las ventanas de mis ojos estaban abiertas desde hacia mucho rato.
Parecía que las de ella también ya que cuando me di cuenta estaba acariciando mi torso de forma muy especial, diferente.
Creo que fue esa forma de moverse que me hizo entrar en una especie de trance, algo que para mí, muchos años después definiría como una especie de "cuarta dimensión". Un estado intermedio entre estar dormido y estar despierto. Poder sentir lo que sucede alrededor, escuchar voces, sentir olores, pero, donde los ojos ven, o mejor dicho, imaginan, una realidad diferente.
Recuerdo que su mano pasaba por mi pecho y de repente paso por mi cara, y se estiro, siguió recorriendo el resto de mi rostro, y se estiro... y a medida que se movía me iba mostrando otra cosa, se iban transformando los elementos de alrededor, la cama ya no lo era, se había convertido en una mesa, las cortinas se transformaban en azulejos rosados, la televisión en una cocina, el aire acondicionado en una heladera, sus manos en las manos de ella, su brazo en los de ella, su cara en una alarma, en el abrir de mis ojos, en la realidad, en un momento, en la soledad.

Al menos por un momento, por un instante pude imaginarme lo que sería la felicidad junto a ella, los que sería una bella realidad convertida en sueño.
Las alarmas me hicieron saber, que no siempre los sueños se hacen realidad, o mejor dicho, los protagonistas no siempre son los que pensamos.

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