martes, 8 de febrero de 2011

Ni dulce ni salada (Memorias del Mar)

Hace unos días atrás regrese a mi querida Argentina, a mi preciosa Buenos Aires, a mi amada Costa Atlántica, a mi siempre extrañada Mar del Plata. 
Ni bien puse un pie en esa ciudad, comenzaron a llegar a mi cabeza una gran cantidad de imborrables recuerdos. 
Creo que prácticamente tire las petacas desde la entrada hasta la ventana de la habitación 201 del segundo piso  de un hotel nuevo, pero con aspecto de descuidado y desprolijo. 
Me puse una maya algo entrada en años la cual estaba dejando ser añejada por las polillas y así me fui caminando para la playa. 
Solo seis cuadras me separaban de la arena, pero me tome la libertad de que se hagan diez para recorrer el camino que de niño hacia con mi padre. 
Pase por lo que fue nuestro refugio por años, pero para mi sorpresa ya no estaba, en su lugar se encontraba un hermoso ARGENCHINO, uno de esos que todos tenemos al lado de nuestros hogares. 
Paso a paso fui recorriendo esos metros hasta que mi mirada se cruzo con la de ellos. Fue una especie de cierre un circulo, estaba delante de ellos, firmes, inamovibles, estáticos, esos dos lobos marinos de piedra estaban delante de mi... estaba en la playa. 
Me pare en medio de la arena y el agua, en ese suelo tan particular del mar, con mis ojos clavados en el horizonte. 
Una oleada de viento me llego en ese instante, y con ella las húmedas palabras de mi padre a mis calurosas respuestas: "Papá ¿por qué el agua del mar es salada?" 
                  "Es salada por la concentración de sales minerales disueltas", me contestaba, pero a mi esa respuesta nunca me convenció, siempre dije que si para no contradecirlo, pero nunca me dejó conforme. 
Para mi el agua del mar tenía sabor a otra cosa y nunca se lo dije. 

Antes que mis lagrimas hicieran más salado al mar decidí zambullirme en sus aguas, y fue entonces cuando el sabor de esas gotas frías rozaron mis labios y trajeron a mi cabeza esa respuesta que nunca le dije al gran Salvador, de quien heredé el nombre también. 

Fui ahí que mire al cielo, tome valor y se lo dije: "Tata, me va a perdonar, pero para mi el sabor del mar no se lo da la sal, para mi en el medio del agua hay una aceituna gigante". 

Fue inevitable largar una gran risa al darle la respuesta, y fue inevitable largar un "si serás jodido viejo" cuando a los cinco minutos el firmamento se cubrió de nubes negras y en media hora se llovió en la Feliz lo que no había caído en los ultimos mil años mas o menos... 

SI SERAS JODIDO VIEJO...

 

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